domingo, 24 de mayo de 2009

L.

Algo me dice que te voy a amar. No sé si es algo grande, gordo, torpe, inescrupuloso o mortal, pero me lo susurró bajito cuando veía una película en la televisión; todo fue de golpe. Mientras procesaba la nostalgia y la súbita desesperación del espartano pixelado, la mano izquierda se me vino al pecho recordándote, tratando de revivir el último beso antes de apagar la luz y entregarme a los ronquidos de mi padre en el otro cuarto.

Esta extraña sensación me haría su presa por el resto de la noche, o hasta que, eventualmente, cruzaras la puerta de vidrio de tu apartamento, te quitaras los zapatos -cuyos cordones habías comprado conmigo-, prendieras y apagaras las luces para que tu descuido no te costase un pie y te acercaras a tu siempre encendida computadora, listo para desperdiciar tu vida y tus ojos casi verdes hablándome un rato. Todo esto sólo haría que mis intuiciones se acentuaran, pero cuánto más pueden costarme unas horas de espera.

De cualquier manera, esta noche se ha convertido en una nueva estría; se me han tatuado tus manos en las clavículas y, por alguna razón que espero elaborar, me huelen las pestañas a tu cuello. Me resulta terriblemente difícil apagar este pedazo de plástico y metal sin que estés en mi puerta, esperando la aprobación de mis padres y mi pronta salida, sin que, por error o por vergüenza, me llames y me preguntes algo irrelevante. Esto es totalmente irracional, y le agradezco a todas mis estadísticas por haber fallado contigo.