domingo, 5 de diciembre de 2010

Ton nom est malédiction.

Diciembre, creo que vamos mal.
Todos los años, cuando llegan estas fechas, trato de no pensar en lo mucho que detesto que estés aquí y en todos los compromisos a los que me haces ir; siempre la casa del tío, el divorcio familiar, la muerte de una abuela, mi abuela.

Si tan solo pudiera arrancarte del calendario y descubrirme en Enero con el pelo más largo, pero claro que la cosa no es así.

Como cosa mía, te comento que este año en particular va a ser muy decembrino, y eso me deja totalmente congelada. La desesperación de las familias que se desmoronan es una cosa patética, aunque sumamente humana, y el terror que tiene la mía de poder ajustarse a las estadísticas es casi patológico. No que esté mal, solo que lo traes tú y solo tú, Diciembre.

En serio, no está tan mal.

Sé que haces tu mejor esfuerzo para recordarme que quedan muchos amaneceres por ver, y sé también que no voy a tener que tocar el despertador gracias a las convenciones que te rodean el cuello, pero qué gran tristeza no poner el despertador y ver el amanecer de mierda antes de salir a la universidad. Qué gordo este dolor de cabeza de tener que sonreírle a los primitos cuando rompen cosas en la casa o cuando le estiran las patas a mis perras, el obvio descontento de todos con sus regalos, el mal gusto de mis tías.

Diciembre, tenemos que hablar.
Aunque todos te llamen Navidad, sigues siéndome infiel.