domingo, 25 de abril de 2010

Miradora.

Un mirador me hizo mirar hoy una escena fantástica
con ambos pies sobre el volante,
como quien quiere nadar en las nubes
en vez de manejar el mismo pedazo de hojalata.

Todavía no sé qué fue lo visto
o lo que quería ver,
pero lo cierto es que me vi
sentada sobre todas mis amarguras,
rodeada de vidrio y montañas.


Como era de esperarse,
tenía frío y pensaba cada vez más lento en la forma del día
y los muros de las casas,
en algún posible enamorado que admiraba mis manos feas
desde alguna ventana oscurísima y secreta.

De repente, cada uno de mis poros recordó
lo que libre que es ser libre,
y me hice una con la carrocería incómoda y rasposa
que me invitaba a seguir nadando por la ciudad,
como yo tanto quería.

La montaña y el vidrio ya no eran de piedra.

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